Instante diamante

Monday, March 26, 2007

Un dulce hasta mañana

Como explicarte lo que sentí si el sentimiento habla con emociones, lejos de las palabras, lejos de los discursos eruditos de enamorados poetas de papel. Como explicarlo sí está todo en el sentimiento de una caricia, en la dulzura de un beso, tal vez en una palabra, en un silencio, un gesto, una mirada o un adiós.
La conocí una mañana de invierno. Se hizo presente sin aviso, sin darme la menor chance a ejercer algún tipo de resistencia. Atacó directo al corazón. Al lugar más débil. En la zona más pura. Al sector más delicado, donde pocos se atreven a hurguetear, a husmear, a conocer. Fue una jugada desleal, sucia, tramposa, ventajera; un movimiento oscuro que dignifica la operancia del amor, improvisando el momento y el lugar menos pensado.
Me visitó en el mejor momento de mi soledad. Tenía todo lo que quería: mi departamento, mi auto, un par de plantas, unos cuantos libros y mi televisor. Qué más podía pedir. El resto me lo otorgaba mi agenda generosamente tupida de teléfonos y direcciones efímeras.
Cuando la conocí sentí que algo me decía que nunca había vivido. Era como si nunca hubiese sido más que un errante que acarreaba tiempo en sus espaldas. Tiempo en bruto, puro, sin el uso adecuado o con el manipuleo estúpido de quien cree ser feliz por lo que lo rodea y no por lo que realmente posee.
Volvía como cualquier día del trabajo con mi sola presencia como acompañante. Esa noche no quería historias preparadas, no estaba de animo para recibir otro hipócrita amor de momento. Un semáforo me detuvo y liberó mi atención hacía cualquier parte. La vi. Temblaba de frío a la espera de un colectivo. No sé por qué la miré, pero menos aun, sabría explicar porque no podía dejar de observarla. Era idénticamente diferente a todo lo que la rodeaba. Por más que lo intentaba no lograba descubrir que era aquello que robaba mi atención. Tal vez el conjunto, su cuerpo y su figura como un todo; o tal vez cada detalle, cada centímetro, la armonía perfecta de su pelo, la despiadada rebeldía de ese lunar curioso junto a su boca, no lo sé, pero creo que tampoco me importaba demasiado descubrirlo. Me inquietaba por demás el hecho de investigarlo, me seducía hasta volverme loco el no poder entender lo que me estaba pasando. Poco me interesó saber cuál era ese colectivo, pero me llenaba de envidia saber que esa maquina ruidosa era la responsable de conducir su perfecta anatomía por un recorrido burocráticamente pautado, muy alejado del deseo, muy lejos de su deseo.
Fue motivo de cada una de mis noches: pasar, detenerme y contemplar como quien admira la real belleza de un cuadro sin siquiera atinar a tocarlo. Observar e imaginar la textura de su piel, cómo seria el dulce tono de su voz. Imaginaba el amor materializado en el sudor pegajoso de la pasión, el deseo fundido con la inmortalidad recreado en un momento idílico de locura. No terminaba de volar cuando la bocina de esa bestia colectiva interrumpía mi preciado sueño. Pero nunca se iba sin antes despedirse. Siempre escuchaba en su silencio la dulzura de un adiós.
Noches enteras sin poder dormir. Fines de semana interminables, precedidos por jornadas infinitas de trabajo. Todo el día dependía de esos quince minutos, siempre y cuando mi suerte no se complotara con la de ella y fuesen tan solo unos segundos de ensueño. Cada angustia y cada alegría quedaba aplacada cada noche en su indescriptible figura.
Ya era demasiado tarde, algo debía hacer. La soledad no se apiadaba de mi condición y me hacía sentir el karma de su presencia.
Tantos momentos, tantas mujeres, y tan poca vida. No sabía como acercarme, no sabía que decir ¿Y si no era quien yo creía que era? ¿Y sí yo no era quien ella deseara que fuera? Prefería este amor cobarde, lejos de sentimientos y caricias físicas, pero en claro contacto con la pasión de un amor desenfrenado regido por los inexistentes limites de la imaginación.
El tiempo pasó, nuestro amor maduró al punto de mantener charlas sumamente interesantes. Amaba su forma de pensar y ese modo extraño de dirigirse hacia mí. Por vez primera creía descubrir que era realmente el amor en todas sus variantes, en todo su esplendor.
Luego de un tiempo, ella comenzó a faltar a nuestras citas. Tal vez una enfermedad la había distanciado momentáneamente de mí. Pero no. El tiempo se extendió hasta que debí comprender que quizás ella ya no volvería a nuestro lugar secreto de encuentro. Debía aceptar que ella había decidido irse. No podía creer que repentinamente había tomado la absurda decisión de no aparecer más en nuestra esquina. De alejarse de esto que a fuerza de perseverancia había trascendido los limites de mi imaginación. Era todo muy extraño, ni siquiera sabía como encontrarla. Quería conocer la razón de por que se había ido. Por qué no viajaba más en ese colectivo. Nuestro amor merecía una explicación, una explicación que nunca llegaría.
Al menos hoy puedo decir que sí estuve enamorado. Sí, estuve en pareja. Le gané a esa soledad cobarde que aún hoy me persigue. Pero como querés que te explique que sentí si el amor no se entiende con la imaginación, el sentimiento habla con emociones, lejos de las palabras, lejos de los discursos eruditos de enamorados poetas de papel. Como explicarlo sí esta todo en el sentimiento de una caricia, en la dulzura de un beso, tal vez en una palabra, en un gesto, en una mirada o en el silencio de un dulce hasta mañana.

Santiago Tortora (2001)

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